Texto: Ana María Crespo
Empecé haciendo fanzines cuando no tenía muy claro ni lo que eran. Corrijo, empezamos, porque el hacedor de zines nunca está solo, me acompañan hasta ahora mis amigos Juan y Paulina. Juntes somos el Colectivo Merries. Un grupúsculo de amantes de las palabras.
El primero de todos fue como el canon lo exige, una autopublicación —en nuestro caso, a seis manos— de microficciones. Nada sobre qué preocuparse, todo fanzinero de cepa empieza lanzándose al agua sin flotador, aunque no sabe nadar muy bien, pero eso no es necesario. Con los años y la contaminación de nuestros estudios literarios, los zines que hicimos fueron mutando hacia criaturas más académicas. Se volvieron más sofisticados y adelgazaron en erratas porque pensábamos en el diseño editorial. Trabajamos realizando convocatorias y curadurías, editamos las propuestas, pero, sobre todo, no los imprimíamos ni encuadernábamos en las salas de nuestras casas. Aunque debo reconocerlo, nunca perdieron su vocación de outsiders del circuito literario. Es que, si una publicación no tiene ISBN o ISSN automáticamente queda excluida de bibliotecas, librerías independientes y ni que se diga de cadenas comerciales. Estos libritos de factura artesanal salen de su cueva cada vez que hay una feria que reúne a otros, que, como nosotros, aprendieron a entregarse al puro gusto de pescar nuevos asiduos a la literatura low cost.
La fuerza del fanzine
Como pieza literaria contracorriente que nace huérfana y en tirajes microscópicos, la potencia del fanzine está en que se puede trabajar alrededor de cualquier tema: no hay censores que restrinjan sus contenidos. Así hemos explorado los consejos eróticos, lo queer, y las historias de terror que podrían causarle escozor a los lectores más conservadores. No diría que este es un hobby, lo tortuoso que puede resultar hace que salga de esa categoría, aunque nunca pensamos este oficio como una actividad que pudiera generarnos réditos económicos para vivir o malvivir de esto. Lo confieso, en muchas ocasiones preferimos intercambiar zines con otros creadores y no recuperamos ni la inversión inicial. Quien ha estado en una feria fanzinera conoce el apetito voraz que se siente al ser un amante de lo zines y enfrentarse a formatos no convencionales o a los minúsculos e irrepetibles detalles de las obras que son hechas a mano por sus autores.
Para Juan, los fanzines son “una materialidad de lo independiente y de la autogestión. Un espacio para la múltiple desobediencia”. Mientras que Paulina dice que “el fanzine no debería reemplazar a la oferta editorial tradicional, pues no hay necesidad de señalar enemigos, solo de ampliar el horizonte cultural, integrar e integrarnos”.
Tengo claro que vamos en contra de todos los manuales que dicen qué es lo independiente y hasta podríamos perturbar a aquellos que han visto al zine como una mercancía. Esto no significa que no nos tomemos en serio este trabajo. ¿Deja de ser un trabajo porque no podemos ganar el suficiente dinero con ello? Habría que preguntarles a los editores de libros a ver qué nos dicen al respeto. Si de algo estoy segura es que nos moviliza un deseo por hacer que la palabra circule y que ganamos dinero de otras formas que luego convertimos en proyectos como Gótico a Nivel del Mar, nuestra última publicación. Hablo por nosotros: hacemos fanzines porque nos interesa que la comunidad de lectores crezca, porque queremos que otros se contagien de las ganas de involucrarse en este mundo.